El sobre del Tata

El sobre del Tata
y la diferencia entre el mundo objetivo y el mundo vivido.

(Por Fernando Avanzini)

Desde las primeras chispas de memoria que tuve, mis abuelos maternos vivían separados. En la misma casa, pero en habitaciones separadas y distantes la una de la otra. Tenían una forma extraña de comportarse, casi como si se detestaran, pero al mismo tiempo aceptasen que no podían separarse más de lo que ya estaban separados. Estaban juntos, pero estaban separados. Supongo que era una actitud común para la gente de su generación.

El garaje de la casa funcionaba como taller, allí yo manipulaba las herramientas (aunque no sabía bien para que servían) y realizaba todos los experimentos que mi joven imaginación me sugería, como acercar pedazos de diferentes metales al mechero para ver si se derretían, ver qué elementos interactuaban con los imanes y observar el comportamiento de las gotas de mercurio, pero extenderme contando todo lo demás que hacía no viene al caso, menciono estos ejemplos para dar una idea de la libertad con la que contaba.  El taller estaba en su ocaso, solo era la sombra de lo que, supe, solía ser. Bastante antes de que yo naciera mi Tata Jorge solía realizar finos trabajos de orfebrería, anillos, pulseras. Ahora solo ganaba algunos pesos calando ranuras para fichas de máquinas de videojuegos. También hacía las fichas con una máquina que él mismo había inventado donde, por un lado, se insertaba el pequeño disco de metal y, tras accionar una palanca que lo empujaba a través de unas sierras, salía por un costado la ficha con sus ranuras labradas. A mí me gustaba hacer ese trabajo, y le pedía que me dejara hacerlo. Luego me daba dos pesos y me mandaba al kiosco de Carrasco y la vía (el que estaba junto a la parrilla) a que le compre un tetrabrik de Termidor tinto y un atado de Le Mans, siempre decía: “Quedate con las veinticinco guita’ que sobran”.

Una de las pocas cosas que no tenía permitido tocar era un sobre papel madera de gran tamaño (hoy en día diría que era tamaño A3) que mi Tata tenía sobre una máquina de flipper con motivo de “Ali” descompuesta que usaba como mesa. En una ocasión, creo que tenía como nueve o diez años, lo tomé y me dispuse a abrirlo, pero en ese momento él me vio y, gritando agitadamente, dijo: “¡No lo abras! ¡No abras eso!”. Le pregunté por qué, y me contestó “porque si lo abrís me va a dar cáncer”. Yo estaba acostumbrado al pensamiento mágico que reinaba en casa en aquellos tiempos y no me sorprendió tanto, no era ni lo más mágico ni lo más tenebroso que había escuchado en mi casa, en ese momento entendí sin entender lo que mi Tata me dijo y nunca más intenté abrir el sobre. Lo evitaba cada vez que podía y pasaba lejos, no vaya a ser cosa que de alguna forma se abriese por accidente y así causara una tragedia.  Siempre lo veía ahí, en el mismo lugar, empolvado. Aunque no entendía bien como era que si ese sobre representaba tal amenaza, no lo prendía fuego y arrojaba sus cenizas, por supuesto, de la manera apropiada (según mi abuela materna), arrojarlas de espaldas a un río o cuerpo de agua con corriente que las arrastrase.

El Tata fumaba mucho, un atado o más por día. Le costaba mucho respirar y se agitaba con facilidad, sufría de fuertes dolores en sus piernas y se le formaban úlceras en los pies. Más tarde me enteré de que una vez había recibido un diagnóstico poco alentador donde él le había dicho al médico “no fumo más doctor, se acabó” a lo que el médico contestó “usted tendría que haber dejado de fumar hace diez años”. Creo que por eso uno de sus mensajes expresos para mí siempre fue: “Nunca fumes, esto es lo que pasa… un día te van a invitar, pero vos no fumes”. De esta manera el pensamiento mágico se fue desplazando de a poco, y comencé a comprender que nada de sobrenatural tenía el sobre, sino que probablemente contenía estudios médicos cuyos resultados él tenía miedo de ver. Durante años critiqué intelectualmente esa actitud pensando que el estado de cosas de la realidad (en este caso, el hecho de que él tuviese cáncer de pulmón o no) no se determinaba por el estado cognoscitivo sobre dichos hechos. En otras palabras, que la realidad era real y los hechos acontecen independientemente de que los conozcamos o no.

Mucho tiempo después, ya en edad adulta, se me abrió una nueva interpretación, que me dio acceso a otro sentido que no había considerado antes, no había pensado la diferencia entre el mundo vivido y mundo objetivo: El mundo objetivo era esta realidad rígida que yo había considerado independiente, pero también podría entendérsela como el conjunto de posibilidades que tenemos y que se van desarrollando desde nuestro cuerpo y nuestra experiencia hacia el entorno. Nuestro mundo vivido, a lo largo de nuestro tiempo biográfico, se va abriendo y cerrando como una curva[1]. Al principio, en nuestras cunas, la única posibilidad, el único esquema de acción que tenemos, es mamar y los objetos solo son “mamables”, el mundo vivido es básicamente en ese momento es un seno. A medida que nos desarrollamos, crecemos y tenemos nuevas experiencias, el mundo vivido se va ampliando con todo el abanico de posibilidades. Pero, así como se expande, al llegar cierta edad comienza a cerrarse, por ejemplo, cuando un objeto para con el que antes nuestro cuerpo se relacionaba como “levantable” ya no lo es, una barda que antes era “saltable” tampoco, etc. Al día de hoy pienso que uno no es viejo por la edad sino por el cierre de este abanico, que puede darse más tarde o más temprano en nuestro tiempo biográfico. Hay gente que a pesar de tener una edad biográfica avanzada logra mantener su mundo vivido abierto y quienes ven sus actitudes suelen decir “es viejo, pero tiene espíritu joven”.

Los movimientos filosóficos más importantes trascienden el ámbito intelectual y se miden por la diferencia que marcan en la vida. Mi Tata, sin saberlo, hacía un movimiento filosófico importantísimo, él no quería que la información dentro del sobre cerrase aún más su mundo vivido. Con esto evitaba que, tras recibir la noticia de que padecía alguna condición, su cuerpo/mundo se anticipe en perder los esquemas de acción y renuncie a su vida habitual antes de que los efectos de dicha condición actúen y la vuelvan objetivamente imposible, no quería romper el contacto vital con el mundo antes de que sus determinantes orgánicos lo hagan.

Por supuesto, no estoy sosteniendo que esta actitud deba ser adoptada por todos aquellos que se encuentren en la posición de recibir un estudio clínico[2], solo estoy analizando su actitud de una manera diferente. Mi Tata falleció a sus 78 años, teniendo yo 16 años, pero no fue de cáncer. Es[3] una persona muy interesante de la que probablemente vuelva a escribir. El sobre lo abrí tiempo después, pero decidí que era mejor no escribir qué es lo que encontré adentro, no solo por una cuestión de estilo, sino porque aprendí que dejar a alguien con una pregunta interesante da mejores frutos que ofrecerle una verdad inerte.         

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[1] Una parábola.

[2] De hecho, la anticipación es crucial para lograr pronósticos positivos, cuanto antes se detecte un cuadro clínico hay más probabilidades de tratamientos efectivos.

[3] El verbo conjugado en presente es intencional.

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