Estaba un poco cansado, pero aún lo impulsaban las ganas de conocer a ese maestro del que tanto había escuchado hablar. El maestro de aquella montaña era uno de los inmortales, en las tabernas cercanas se rumoreaba acerca de su edad. Algunos parroquianos decían que era de dos mil quinientos años, otros aseguraban que tenía mas de tres mil setecientos. En su calidad de inmortal, este hombre había peregrinado por todo el mundo visitando dojos, academias y coliseos, y había aprendido todas las artes marciales conocidas.
Esa mañana estaba el cielo despejado, el sol ya asomaba por las montañas del este y parecía prometer un día templado. Llegó al lugar donde le habían dicho que enseñaba aquel inmortal. Se encontraba bastante alto en la montaña, pero alejado de la cima, ya que aún había vegetación frondosa. Había una muralla que rodeaba el lugar y solo se podía acceder a él por medio de un portón y, como todo el complejo estaba un poco mas elevado del resto del terreno, había delante de aquel portón unos escalones hechos en piedra blanca.
Mientras subía apresurado los escalones, un hombre joven de aspecto alegre que estaba sentado en las escaleras del portón, le dirigió la palabra.
Joven.- ¿No es hermoso?
Viajero.- ¿Qué?
Joven.- El sol… me gusta mucho el sol, en especial el de la mañana.
El viajero amagó a seguir, pero lo invadió la curiosidad.
Viajero.- ¿Se aprende rápido aquí?
Joven.- Si, por supuesto, ten en cuenta que la persona que esta a cargo sabe todo de todas las artes marciales existentes… (Dijo sonriendo)
Viajero.- Estoy impaciente por comenzar con mi entrenamiento.
Joven.- ¿Qué es todo eso que llevas en tu espalda? (Pregunto señalando una mochila donde se asomaban dos jarrones finos y una escultura en bronce)
Viajero.- Son regalos para dar al gran maestro, para agradecerle una vez que me haya aceptado.
Joven.- ¿Y porque estas tan seguro de que serás aceptado como alumno?
Viajero.- He entrenado mucho con mi anterior maestro, desde pequeño, y he logrado elevar mucho mis capacidades físicas, estoy seguro de que el gran maestro encontrará muy buenas estas cualidades.
Viajero.- (Continuó) Además estoy ansioso por aprender de un maestro tan sabio… no puedo esperar.
Joven.- Dime viajero, ¿por que dejaste a tu anterior maestro? ¿Acaso murió?
Viajero.- No, lo que pasa es que el pobre ya esta muy viejo y no puede dirigir un entrenamiento. Le cuesta incluso levantarse de su catre.
Joven.– Ah, ya veo… (Respondió el joven estupefacto)
Viajero.- No quiero ofenderte amigo, pero tengo que seguir… ¿Tu eres parte de la academia?
(El joven, siempre sonriente, asintió con la cabeza)
Viajero.- Entonces nos veremos otra vez (dijo con voz de alegría)
Joven.– Si,…seguramente.
El viajero atravesó el portón, detrás había un complejo de entrenamiento, había varias casas, que seguramente eran habitadas por aquellos que tenían el honor de estudiar ahí. En el centro había un patio enorme cuyo piso estaba hecho de grandes baldosas cuadradas hechas con las rocas de la misma montaña. En una de las esquinas de este patio se encontraba un grupo de jóvenes, como de la misma edad que la del viajero, sentados en el suelo escuchando hablar a un hombre bastante mayor que ellos quien, sentado en un banquillo, les hablaba con bastante autoridad.
Al terminar la charla del hombre, el viajero se acercó con mucho respeto y le dijo:
Viajero.- Sabio y gran maestro, vine desde lejos para aprender de usted, he sorteado ríos caudalosos y peligrosos acantilados, me enfrenté con el hambre y el asedio de las bestias del bosque en mas de una ocasión, pero todo ese esfuerzo valió la pena para llegar aquí, concédame el honor de ser su alumno.
Profesor.- Agradezco tus palabras joven viajero, pero yo no soy el maestro de esta academia. Yo solamente soy uno de sus profesores de confianza.
Viajero.- En ese caso ¿Sería tan amable de decirme dónde puedo encontrar al gran maestro?
Profesor.- Por supuesto, todas las mañanas se sienta en la escalinata del portón principal, pues es ahí donde el sol de la mañana ilumina primero al asomarse de entre las montañas…
El hombre volvió apresurado al portón de entrada y pregunto al joven, que seguía ahí sentado, dónde estaba el maestro.
Maestro.- Lo tienes delante de tus ojos.
El viajero se sorprendió, y vaciló un momento.
Viajero.- ¿Tu…? (interrumpió la oración y la reformulo con mas respeto) ¿Usted es el maestro?
Maestro.- Si, soy yo.
Viajero.- Discúlpeme, me deje llevar por su apariencia, lo que sucede es que esperaba a alguien mas…
Maestro.- … ¿Viejo? (completo la frase del viajero sin dejar de sonreír) Tengo cuatro mil años ¿Te parece lo suficientemente viejo?
Viajero.- Supongo que de ahí ganó toda su sabiduría (dijo también sonriendo) Es por eso que vine a pedirle que me acepte como alumno.
Maestro.- Curioso… tú dices que tu maestro ya es demasiado anciano para enseñarte, ¿Cuántos años debe tener? ¿Ochenta? ¿Noventa quizás?
Viajero.- Si señor… tiene 87 años ya y su físico casi no le permite levantarse a veces, pero usted es inmortal, los siglos para personas como usted pasan sin dejar rastro, como la brisa de la tarde.
Maestro.- No digas mas nada… ya lo he decidido, no voy a tomarte como alumno. No pierdas más tu tiempo aquí, suficiente has perdido hasta ahora. Vuelve a tu pueblo viajero.
Viajero.- Pero, yo quiero ser su alumno, por favor Maestro.
Maestro.- No hay nada que yo pueda enseñarte aquí.
Viajero.- Pero si usted es el más grande de todos los maestros, ¿Cómo no va a poder enseñarme?
Maestro.- ¿No te das cuenta verdad? No es por que no sea buen maestro que no te puedo enseñar, es por que tu eres mal alumno.
Viajero.- Pero… ¿Por qué? Respondió con mucha decepción
Maestro.- Tienes un maestro que te ha enseñado desde pequeño, todo lo que sabes te lo ha enseñado él. Y ahora que él está en su vejez crees que no te puede enseñar más y lo has dejado solo. Con el dinero que gastaste en los obsequios que ahí traes hubieras podido comprar medicinas para mejorar su salud. ¿Qué puedo esperar de una persona que prefiere a un extraño, que a alguien que lo ha tratado como a su hijo?
Unas nubes de lluvia que momentos antes habían surgido desde las montañas del oeste comenzaron a tapar el sol, el inmortal se levantó y se dirigió hacia el portón. Mientras tanto el viajero, cabizbajo, y casi sollozando pensaba en lo que le había dicho el maestro.
Maestro.- Ahora vete… va a llover de nuevo y esta vez será una tormenta. (Dijo mientras cerraba el portón)
Viajero.- ¡Por favor señor, no me cierre la puerta!
Maestro.- Yo no soy quien te cierra la puerta viajero, sino tu mismo. Esta puerta ha estado cerrada para ti, incluso antes de que llegaras.
El maestro cerró el portón, y en ese instante comenzó a llover.