(Por Fernando Avanzini)
CAPÍTULO II
第二章
Akiko Fukui era una princesa nacida en el imperio del sol, más allá de las aguas que bañaban la costa este del territorio que gobernaba la dinastía Shèng. Se había destacado por ser una persona dulce, con mucho conocimiento en todas las artes, en el aikido y en el tiro con arco. El pueblo y todo aquel que la tratara, la recordaba por su belleza y humildad. A sus veintidós años fue ofrecida, como parte de una alianza entre los dos imperios, para ser desposada por el hijo mayor de la familia Shèng. Este acuerdo trajo paz, finalizando un periodo de más de cincuenta años de conflictos. A pesar de que la idea de contraer matrimonio con un extraño le aterraba, Akiko sabía que era su deber para con su pueblo y su familia honrar el pacto. Lo último que hizo antes de dejar su hogar para siempre fue darle un abrazo a su nana, fue con la única persona ante la cual se permitió a sí misma llorar. Su nana la abrazó y le acarició la cabeza con sus manos arrugadas mientras le cantaba la canción de cuna que solía cantarle de niña.
La primera vez que vio el rostro de quien sería su esposo fue el día de la ceremonia de casamiento. La piel de Akiko, blanca como porcelana, acentuaba el contraste de los ornamentos de oro y jade que le habían preparado. Miró hacia adelante, tratando de no levantar la vista pues se suponía que debía mirar al suelo hasta que su futuro esposo abra su velo, y vio aquel joven, que investido de su atuendo imperial se acercaba. No le desagradó su aspecto, en el fondo se alegró de que no la fuesen a casar con un anciano, pero seguía siendo un extraño para ella.
Shèng Huì[1], un joven de veinticinco años, era el heredero del imperio y primero al trono, tenía gran instrucción militar, pero era conocido por su gran sabiduría e inteligencia. A pesar de que sus tácticas en el campo de batalla eran únicas y, la mayor parte del tiempo, infalibles; siempre sostuvo la ida de que la victoria más grande era batalla que se podía evitar. Al igual que Akiko se había resignado por deber y sin entusiasmo a un matrimonio arreglado, sin embargo, quedó prendado de su belleza en el instante en que la vio.
Luego de la ceremonia ambos, ahora marido y mujer, se dirigieron hacia la recamara nupcial. Lejos de ser algo romántico, la tradición y la ley estipulaban que un grupo impar de funcionarios de cada imperio certificaran la consumación del matrimonio. Ese día había tres enviados de la familia de Akiko y tres miembros de la corte de los Shèng esperando del otro lado de la puerta. Adentro, había un silencio tenso. Akiko, con seriedad, se arrodilló ante Shèng Huì mirando al suelo, y se dispuso correr los escotes de su vestido para quitárselo. Shèng Huì la detuvo en ese instante.
Shèng Huì. – Detente, no sigas, y por favor no te arrodilles. (Dijo con una sonrisa tierna mientras le extendía su mano para ayudarla a reincorporarse). Tú eres igual a mí y no me debes reverencia alguna.
Akiko. – Pero es mi deber, nuestro deber.
Shèng Huì. – Hoy en la ceremonia nos vimos por primera vez y no me hizo falta más que eso para desear ganarme tu corazón. Soy general y tengo experiencia conquistando, lo que se conquista por la fuerza puede llegar a poseerse, pero jamás se tendrá el corazón de la gente. Te pido humildemente que me permitas ganarme tu corazón.
Akiko. – ¿Y cómo haremos con los funcionarios?
Shèng Huì. – Eso déjamelo a mí.
Shèng Huì tomó una daga y se hizo un pequeño corte en el abdomen. Luego tomó las sábanas de la cama y las humedeció con su sangre, esperó unos instantes y luego salió al pasillo mostrando las sábanas manchadas a los seis funcionarios, quienes quedaron satisfechos y certificaron la unión.
Esa fue la primera vez que la pareja se vio. Al pasar el tiempo Shèng Huì logró ganarse el corazón de Akiko y lo que fue una vez pensado como mera alianza política se convirtió en un gran amor. El fruto de ese amor manifestado físicamente fue Shèng Lì.
Akiko no quiso que Shèng Lì fuese criada por otras personas. Nunca olvidó que, cuando niña, había tenido todos los lujos, pero padres ausentes que dedicaban todo su tiempo a las tareas del imperio. Y, a pesar del disgusto de varios funcionarios de la corte, insistió fervientemente en que su hija aprendiese no solo el idioma paterno, sino además el materno. Siempre le cantaba la canción de cuna que su nana le cantaba. Esa canción es la que escucha siempre Shèng Lì en sus sueños antes de despertar. Su madre va a despertarla cantando suavemente, pero antes de que la canción termine, ella se desvanece y Shèng Lì siente que cae en el agua, un agua fría y oscura. Después de esto siempre despierta. Esa mañana no fue la excepción y despertó exaltada como de costumbre.
El fuego se había apagado y sólo quedaban cenizas. Ya había amanecido y podía verse los haces de luz penetrando por los costados de las cortinas de mimbre que estaban colocadas tapando las ventanas.
Había una jarra y una fuente en el suelo, Shèng Lì se lavó la cara, tomó su Dàdāo y el resto de sus pertenencias y salió al pasillo. En el salón principal, una de las señoras que manejaban el antiguo burdel (ahora convertido en hospedaje) le sirvió un tazón con caldo y un par de fideos. El ambiente estaba silencioso. Le extrañó gratamente no escuchar los gritos de Nergüi. Tomó el tazón y se dispuso a dar el primer sorbo de caldo cuando la puerta se abrió de un golpe. Era, precisamente, Nergüi. Traía una barba blanca (postiza), un sombrero y atuendo de pescador. Traía tres carpas grandes colgadas de una cuerda, las arrojó en la mesa y se sentó frente a Shèng Lì, luego continuó:
Nergüi. – ¡Ahh es una bella mañana!, aún para un lugar tan deprimente como Táoyì. (Dirigiéndose, a los gritos, a la señora de la cocina) – ¡Oiga abuela, traje el desayuno!
Shèng Lì. – Estoy bien con esto, muchas gracias.
Nergüi. – ¿Me vas a despreciar pequeña?
Shèng Lì. – No me digas pequeña.
Nergüi. – Jajaja Bueno, como quieras, hablemos de negocios entonces. Te dije que te ayudaría si me ayudabas. Necesito tu ayuda para entrar en un palacio.
Shèng Lì. – ¿Un palacio…? ¿Qué se van a robar?
Nergüi. (En tono burlón y fingiendo estar ofendido) – ¿¡Robar!? ¿Quién dijo algo sobre robar? ¡Me ofendes! ¡No todo se trata sobre robar!
Shèng Lì. – ¿Y qué palacio sería?
Nergüi. – Necesito que me ayudes a entrar al Hóng gōng[2]
Shèng Lì. – ¿Al palacio rojo?
Nergüi. – ¡Si!
Shèng Lì. – ¿De la ciudad de Zài hǎizhōng?
Nergüi. – ¡Exacto!
Shèng Lì. – Pertenece a uno de los generales más importantes del ejército imperial. Tal vez no marcharás hacia el suicidio en la capital, pero lo harás de todas formas ahí. Está muy fortificado y tiene tropas acampando alrededor constantemente.
Nergüi. – Esas tropas no son un problema.
Shèng Lì. – ¿Ah no?… Explícate…
La puerta se abrió y entraron dos hombres, parecían extranjeros por que llevaban ropas que no eran del lugar y turbantes. Con ellos entró un tercer hombre, quien parecía ser su jefe.
Nergüi. – (Susurrando con tono de cierta preocupación) – ¡¿Qué?! ¡No los esperaba tan temprano!
Shèng Lì. – ¿Cómo dices?
Nergüi. – (Susurrando) – Luego te cuento, ahora tengo que atender un asunto.
Nergüi se paró y dirigiéndose a los hombres que habían ingresado con reverencias de respeto les dijo:
Nergüi. – (Imitando la voz de un anciano) – ¡Por favor pasen! ¡Por favor pasen! Tenemos posada y comida. ¡Por favor, tomen asiento!
El líder miró a su alrededor, inspeccionando, luego hizo un gesto de aprobación a sus acompañantes y dijo:
Líder. – Descarguen el kanz, el resto de las cosas déjenlas en carro, descansaremos aquí.
Los hombres asintieron y de inmediato salieron para descargar un carro donde traían varios baúles. Junto con un cuarto hombre que había esperado afuera, en pocos minutos descargaron tres baúles que estaban asegurados con cerraduras. Eran muy finos, hechos en madera de cedro y tallados con figuras geométricas, sus tapas tenían encajes en metal plateado y gemas.
Líder. – Por favor, quisiera una de sus habitaciones más grandes.
Nergüi. – (Imitando la voz de un anciano) – ¡Si! ¡Por supuesto, esa habitación de allí (Señalando una de las puertas) es muy buena, grande y cómoda!
Líder. – (Dirigiéndose a sus acompañantes)Pongan todo dentro del cuarto. Nos turnaremos para hacer guardia en la puerta.
Mientras todo esto sucedía Shèng Lì miraba de reojo, claramente Nergüi tramaba algo y era mejor no estar ahí cuando se lleve a cabo. De repente, el Líder de los hombres dirigió su mirada hacia donde ella estaba sentada.
Líder. – Mis disculpas señorita, no era mi intención interrumpir su comida, por favor continúe.
Shèng Lì. – (De forma evasiva y sin levantar la vista) No hay problema, ya había terminado de todas formas.
Se puso de pie, tomó sus cosas y se dispuso a salir. El hombre, al ver el Dàdāo, le dijo:
Líder. – Es una espada muy grande esa que tiene en su espalda. Lleva una carga muy pesada.
Shèng Lì. – Si…
Sin decir nada más, salió del lugar, pero solo logró alejarse unos cuantos metros cuando Nergüi salió corriendo detrás de ella y la detuvo. Aún estaba con su disfraz de anciano pescador.
Nergüi. – ¡Niña! ¡Espera, no te vayas!… las cosas se me complicaron un poco ahí adentro, ¡pero está todo bajo control!
Shèng Lì. – No me interesa, no quiero participar en lo que sea que esté pasando ahí adentro.
Shèng Lì quiso seguir de largo, pero Nergüi se puso delante de ella obstaculizando su paso.
Nergüi. – Mira, lo que necesito es que me ayudes con los yāoguài que cuidan el perímetro del palacio. Tú puedes verlos. No hace falta que los mates a todos como hiciste con los que vivían aquí, solo que los distraigas un rato, nada más, ni siquiera tienes que entrar en el palacio. Una vez que terminemos allí prometo que yo y mis unadag dugui te ayudaremos a llegar hasta las montañas Kunlun. ¿Tenemos un trato? (Dijo, extendiendo la mano derecha hacia ella)
La princesa miro unos segundos el suelo, pensativa. Luego levantó la mirada y vio techo del palacio de sus padres que se veía desde ahí. Se volvió hacia Nergüi, estrechó su mano y le contestó:
Shèng Lì. – Está bien. ¿Cómo y cuándo?
Nergüi. – Encuéntrame dentro de dos días en Xiǎo gǎngkǒu, ahí tendré una embarcación para que podamos viajar mas rápidamente.
Shèng Lì. – ¡Pero Xiǎo gǎngkǒu queda a cinco días a pie!
Nergüi. – (Con la mano en su mentón, de forma pensativa) Mmm es cierto, vas a necesitar un caballo. ¡Ahh ya sé! En el camino que baja hacia aquí hay una posada abandonada. Dentro hay un par de soldados, detrás del lugar encontrarás sus caballos probablemente. ¡Ja! Que ingenuos… esconderse en un edificio abandonado y ponerse a cocinar… ¡El humo podía verse sin necesidad de acercarse a la casa! Me pregunto… ¿Qué habrán cocinado? ¡Son tan tontos que quizás habrán intentado asar rocas!
Shèng Lì. – Serpiente. Ayer, antes de llegar aquí, pasé por ahí, y estaban asando serpiente.
Nergüi. – Como sea… con uno de sus caballos no tendrás problemas. Puedes hacer el trayecto en dos días. Ahora, discúlpame niña… tengo asuntos que atender….
Nergüi se dio vuelta y volvió caminado. Saludó a Shèng Lì con un leve movimiento de mano. Era casi gracioso ver al jefe de los unadag dugui en su disfraz de anciano pescador. Por su parte, la princesa retornó hacia la entrada del pueblo por la que había pasado el día anterior. Al llegar a la posada abandonada la rodeó por uno de sus laterales y, tal como había dicho Nergüi, algunos metros mas atrás había cinco caballos amarrados, pastando. Primero miró bien alrededor, asegurándose de que no hubiese nadie vigilando, y luego se acercó sigilosamente para liberar la estaca de uno de los caballos. Con fuerza tiró de ella hasta desclavarla del piso, acarició al caballo en su hocico, como calmándolo, y comenzó a tirar de la cuerda suavemente para llevárselo con ella. El caballo no opuso ninguna resistencia. En ese momento Shèng Lì escuchó un chillido fuerte que provenía de la posada. Le causó una gran inquietud y no pudo resistir acercarse a espiar que sucedía por una rendija en la persiana de una ventana.
Había cuatro soldados imperiales que disponían a asar algo en unas brazas, un bulto pequeño que se movía y chillaba. Shèng Lì abrió los ojos con sorpresa al ver que se trataba del pequeño yāoguài que se había encontrado ayer cerca del agua. No lo podía creer, Nergüi había estado en lo cierto. ¿Era posible que estos brutos, intentando cocinar una piedra, hubiesen dado por casualidad con esta criatura? Inmediatamente decidió que lo ayudaría. Corrió hacia el frente de la posada y comenzó a gritar y a tirar piedras. Al oír el escándalo los cuatro hombres salieron con garrotes y cuchillos. Por supuesto no la reconocieron, para ellos solo era una pordiosera en busca de problemas, y ellos le darían su merecido. Ágilmente los perdió corriendo entre las viviendas abandonadas que había en el área y retornó a la posada para liberar al yāoguài. Este estaba en el suelo, atado a un poste y tenía bastante lastimada una de sus extremidades.
Yāoguài. – ¡¿Tú?!
Shèng Lì. – Si, yo. ¿Vas a intentar atacarme?
Yāoguài. – …No
Shèng Lì. – Buena elección, ahora te desataré.
Apenas lo desató el Yāoguài hizo un intento por moverse, pero estaba muy débil y cayó inconsciente. Shèng Lì lo cargó en el caballo y se alejó de ahí rápidamente rumbo a la ciudad de Xiǎo gǎngkǒu.
Continuará….
[1] 胜慧
[2] 红宫
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